Colinas como elefantes blancos

nico guglielmetti
11 min readJan 22, 2024

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Ernest Hemingway

Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. Elnorteamericano y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid.

-¿Qué tomamos? -preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa.

-Hace calor -dijo el hombre.

-Tomemos cerveza.

-Dos cervezas -dijo el hombre hacia la cortina.

-¿Grandes? -preguntó una mujer desde el umbral.

-Sí. Dos grandes.

La mujer trajo dos tarros de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco.

-Parecen elefantes blancos -dijo.

-Nunca he visto uno -el hombre bebió su cerveza.

-No, claro que no.

-Nada de claro -dijo el hombre-. Bien podría haberlo visto.

La muchacha miró la cortina de cuentas.

-Tiene algo pintado -dijo-. ¿Qué dice?

-Anís del Toro. Es una bebida.

-¿Podríamos probarla?

-Oiga -llamó el hombre a través de la cortina.

La mujer salió del bar.

-Cuatro reales.

-Queremos dos de Anís del Toro.

-¿Con agua?

-¿Lo quieres con agua?

-No sé -dijo la muchacha-. ¿Sabe bien con agua?

-No sabe mal.

-¿Los quieren con agua? -preguntó la mujer.

-Sí, con agua.

-Sabe a orozuz -dijo la muchacha y dejó el vaso.

-Así pasa con todo.

-Sí-dijo la muchacha-. Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto tiempo, como el ajenjo.

-Oh, basta ya.

-Tú empezaste -dijo la muchacha-. Yo me divertía. Pasaba un buen rato.

-Bien, tratemos de pasar un buen rato.

-De acuerdo. Yo trataba. Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue ocurrente?

-Fue ocurrente.

-Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas?

-Supongo.

La muchacha contempló las colinas.

-Son preciosas colinas -dijo-. En realidad no parecen elefantes blancos. Sólo me refería al color de su piel entre los árboles.

-¿Tomamos otro trago?

-De acuerdo.

El viento cálido empujaba contra la mesa la cortina de cuentas.

-La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre.

-Es preciosa -dijo la muchacha.

-En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es una operación.

La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa.

-Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire.

La muchacha no dijo nada.

-Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.

-¿Y qué haremos después?

-Estaremos bien después. Igual que como estábamos.

-¿Qué te hace pensarlo?

-Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices.

La muchacha miró la cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas.

-Y piensas que estaremos bien y seremos felices.

-Lo sé. No debes tener miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho.

-Yo también -dijo la muchacha-. Y después todos fueron tan felices.

-Bueno -dijo el hombre-, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo.

-¿Y tú de veras quieres?

-Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres.

-Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás?

-Te quiero. Tú sabes que te quiero.

-Sí, pero si lo hago, ¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como elefantes blancos?

-Me encantará. Me encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes cómo me pongo cuando me preocupo.

-Si lo hago, ¿nunca volverás a preocuparte?

-No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo.

-Entonces lo haré. Porque yo no me importo.

-¿Qué quieres decir?

-Yo no me importo.

-Bueno, pues a mí sí me importas.

-Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico.

-No quiero que lo hagas si te sientes así.

La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado, había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los árboles.

-Y podríamos tener todo esto -dijo-. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos más imposible.

-¿Qué dijiste?

-Dije que podríamos tenerlo todo.

-Podemos tenerlo todo.

-No, no podemos.

-Podemos tener todo el mundo.

-No, no podemos.

-Podemos ir adondequiera.

-No, no podemos. Ya no es nuestro.

-Es nuestro.

-No, ya no. Y una vez que te lo quitan, nunca lo recobras.

-Pero no nos los han quitado.

-Ya veremos tarde o temprano.

-Vuelve a la sombra -dijo él-. No debes sentirte así.

-No me siento de ningún modo -dijo la muchacha-. Nada más sé cosas.

-No quiero que hagas nada que no quieras hacer…

-Ni que no sea por mi bien -dijo ella-. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza?

-Bueno. Pero tienes que darte cuenta…

-Me doy cuenta -dijo la muchacha.- ¿No podríamos callarnos un poco?

Se sentaron a la mesa y la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre la miró a ella y miró la mesa.

-Tienes que darte cuenta -dijo- que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti.

-¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera.

-Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga. Y sé que es perfectamente sencillo.

-Sí, sabes que es perfectamente sencillo.

-Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé.

-¿Querrías hacer algo por mi?

-Yo haría cualquier cosa por ti.

-¿Querrías por favor por favor por favor por favor callarte la boca?

Él no dijo nada y miró las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas de todos los hoteles donde habían pasado la noche.

-Pero no quiero que lo hagas -dijo-, no me importa en absoluto.

-Voy a gritar -dijo la muchacha.

La mujer salió de la cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos portavasos de fieltro.

-El tren llega en cinco minutos -dijo.

-¿Qué dijo? -preguntó la muchacha.

-Que el tren llega en cinco minutos.

La muchacha dirigió a la mujer una vívida sonrisa de agradecimiento.

-Iré llevando las maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió.

-De acuerdo. Ven luego a que terminemos la cerveza.

Él recogió las dos pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras vías. Miró a la distancia pero no vio el tren. De regresó cruzó por el bar, donde la gente en espera del tren se hallaba bebiendo. Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La muchacha estaba sentada y le sonrió.

-¿Te sientes mejor? -preguntó él.

-Me siento muy bien -dijo ella-. No me pasa nada. Me siento muy bien.

FIN

Ernest Hemingway nació el 21 de julio de 1899 en el suburbio de Oak Park, Chicago, Illinois.

Padres

Fue el segundo hijo del matrimonio de Grace Hall cantante y profesora de música, y de Clarence Edmonds Hemingway, un médico al que le gustaba la caza y la pesca. Su progenitora era ambiciosa e independiente, y su progenitor severo, profundamente religioso.

Su padre se suicidó en 1928 a causa de a una enfermedad incurable. No tuvo una infancia muy feliz, queda traumatizado por una madre autoritaria que lo vestía de niña y, posteriormente, a causa de una dolorosa experiencia al verse obligado a acompañar al padre (ginecólogo) en el difícil parto de una india cuyo marido se suicidó por no poder soportar los gritos de su mujer.

Primero su madre quiso que Ernest fuera músico y lo obligó a tocar el violonchelo. Se aficionó al deporte -destacando en el fútbol y en el boxeo- y la caza. Su madre después quiso que estudiara para médico, pero al acabar en 1917 sus estudios medios, renunció a entrar en la universidad y consiguió trabajo en el rotativo Star de Kansas City. Viajó por distintos países de Europa y África.

Primera Guerra Mundial

Cuando su país decidió intervenir en la I Guerra Mundial quiso alistarse en el ejército, pero una antigua herida en el ojo se lo impidió. Entró en la Cruz Roja y se convirtió en conductor de ambulancias en el frente italiano donde resultó herido de gravedad antes de cumplir los diecinueve años. Fue condecorado con dos medallas: la “Medaglia dArgento al Valore Militare” y la “Croce di Guerra “. En sus actuaciones en el frente demostró siempre un gran valor y se destacó en los lugares de mayor peligro.

Corresponsal

De regreso a los Estados Unidos después de la guerra, contrajo matrimonio con Hadley Richardson y volvió al periodismo, como corresponsal del Toronto Star. Su esposa perdió una maleta en una estación de tren en 1922 con casi toda la obra escrita que Hemingway había completado hasta ese momento. Tuvo que empezar casi desde cero.

La cadena de periódicos de Hearst, le nombró corresponsal en Europa. En 1927 regresó a Estados Unidos, donde se casó en segundas nupcias con Pauline Pfeiffer y en 1930 compró su casa en Cayo Hueso (Florida), que desde entonces sería su lugar de trabajo, pesca y descanso.

Guerra Civil española

En 1929 visita por primera vez España y tuvo su primera cita con los Sanfermines de Pamplona. Volvió en 1937 durante la Guerra Civil como corresponsal de guerra y se decantó por el lado republicano, al que defendió en artículos y novelas. En España conoció a Martha Gellhorn, corresponsal de la revista Collier’s y autora de cuentos y se enamoró de ella. En noviembre de 1940 se divorció de su segunda mujer y se casó con Martha. La pareja partió en viaje de luna de miel a China donde ambos actuaron como corresponsales de guerra. Más tarde fue reportero del primer Ejército de Estados Unidos.

En 1944 fue testigo, como corresponsal, del Día D: el desembarco aliado en las playas francesas. Llegó hasta París con las tropas libertadoras. Después de la guerra, se estableció en Cuba, cerca de La Habana, y en 1958 en Ketchum, Idaho. Ernest Hemingway llegó por primera vez a Cuba en abril de 1928 en el vapor Orita, cuando el buque que lo llevaba de Europa a Key West (Florida) hizo una breve parada. Aquel paraje lo embriagó tanto que estuvo en la isla intermitentemente entre 1932 y 1960.

Escritor

Fue uno de los escritores más importantes entre las dos guerras mundiales. La primera obra que firma está fechada en 1923 y fue publicada en la revista Poetry. Un año más tarde, apareció un volumen de cuentos titulado En nuestro tiempo (1924), Hombres sin mujeres (1927), libro que incluía el cuento ‘Los asesinos’ y El que gana no se lleva nada (1933), libro de relatos en los que describe las desgracias de los europeos.

La novela que le dio la fama, Fiesta (1926), narra la historia de un grupo de estadounidenses y británicos que vagan sin rumbo fijo por Francia y España, miembros de la llamada generación perdida del periodo posterior a la I Guerra Mundial. En 1929 publicó su segunda novela importante, Adiós a las armas. Siguieron Muerte en la tarde (1932), artículos sobre corridas de toros, y Las verdes colinas de África (1935), escritos sobre caza mayor. Tanto su novela Tener y no tener (1937) como su obra de teatro La quinta columna, publicada en La quinta columna y los primeros cincuenta y nueve relatos (1938), condenan duramente las injusticias políticas y económicas. Dos de sus mejores cuentos, ‘La vida feliz de Francis Macomber’ y ‘Las nieves del Kilimanjaro’, forman parte de este último libro.

En la novela Por quién doblan las campanas (1940), basada en su experiencia durante la Guerra Civil española, intenta demostrar que la pérdida de libertad en cualquier parte del mundo es señal de que la libertad se encuentra en peligro en todas partes. Por el número de ejemplares vendidos, esta novela fue su obra de más éxito. Durante la década siguiente, sus únicos trabajos literarios fueron Hombres en guerra (1942), que él editó, y la novela Al otro lado del río y entre los árboles (1950). En 1952 publicó El viejo y el mar, una novela corta sobre un viejo pescador cubano, por la que ganó el Premio Pulitzer de Literatura en 1953.

Premio Nobel

En 1954 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. Su última obra publicada en vida fue Poemas completos (1960). Los libros que se publicaron póstumamente incluyen París era una fiesta (1964), un relato de sus primeros años en París y España, Enviado especial (1967), que reúne sus artículos y reportajes periodísticos, Primeros artículos (1970), la novela del mar Islas en el golfo (1970) y la inacabada El jardín del Edén (1986). Dejó sin publicar 3.000 páginas de manuscritos.

«No hay amigo tan leal como un libro».

Ernest Hemingway

En Londres, conoció a Mary Welsh, corresponsal de la revista Times. De regreso a La Habana se divorció de Martha Gellhorn y contrajo matrimonio con ella. El escritor abandonó Cuba y se instaló con Mary en su nueva casa de Ketchum, Idaho, Estados Unidos.

KGB

En la década de 1940, Hemingway trabajó para la KGB soviética con el nombre de “Argo” según notas en sus archivos de inteligencia de Vassiliev, un ex oficial de la KGB, a las que se pudo acceder en los años 90. Según estas, fue reclutado en 1941 antes de hacer un viaje a China y “expresó en varias ocasiones su deseo y voluntad de ayudarnos” cuando se reunió con agentes soviéticos en La Habana y Londres en los años 40. Sin embargo, no pudo dar ninguna información política y nunca fue verificado trabajo práctico.

Hijos

Con Elizabeth Hadley Richardson tuvo un hijo, Jack. Con Pauline Pfeiffer fue padre de Patrick y Gregory Hancock, también conocido como Gloria Hemingway.

Accidentes y enfermedades

Estuvo al borde de la muerte en la Guerra Civil española, cuando estallaron bombas en la habitación de su hotel; en la II Guerra Mundial al chocar con un taxi durante los apagones de guerra, y en 1954, cuando estando de safari se estrelló en África en dos accidentes aéreos sucesivos que lo dejaron dolor y mala salud durante el resto de su vida.

Sobrevivió al ántrax, la malaria, la neumonía, la disentería, cáncer de piel, hepatitis, anemia, diabetes, presión arterial alta, un riñón dañado, rotura del bazo, hígado dañado, una vértebra aplastada, una fractura de cráneo, heridas de metralla de mortero, tres accidentes automovilísticos y quemaduras en incendios forestales.

Muerte

Por entonces sufría ya problemas mentales, y tuvo que ser hospitalizado dos veces a causa de procesos depresivos, que finalmente no pudo vencer, suicidándose de un tiro de escopeta en su residencia de Ketchum el 2 de julio de 1961. Hacía solo cinco días que había sido dado de alta, en la clínica Mayo de Rochester, Minnesota, donde había estado sometido a tratamiento.

«La vida de cada hombre termina de la misma manera. Son solo los detalles de cómo vivió y cómo murió lo que distingue a un hombre de otro».

Ernest Hemingway

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nico guglielmetti

Linea fundadora en Unidad de Sentido Editora. Talleres de escritura creativa, staff de revistas literarias y gestión cultural. Soy escritor